Los síntomas son más evidentes en los animales más jóvenes que en los más viejos y pueden ser de naturaleza repentina, temporal, intermitente o crónica. En algunos casos, los gatos exhiben diarrea blanda, espumosa, grasienta y con un fuerte y horrible olor o moco excesivo.

Los gatos normalmente contraen la enfermedad al ingerir el parásito. Este puede estar en el suelo, en los alimentos, en los desechos o en el agua. Y hay que vigilar que el gato no esté en contacto o ingiera nada infectado. 

El parásito suele vivir más tiempo en el agua con la humedad y por ello lo más peligroso es el agua contaminada.

El veterinario preguntará pero normalmente es difícil diferenciar la enfermedad de otros problemas por mala dieta o por mala digestión porque los síntomas son similares. Si el veterinario sospecha que el gato puede estar infectado, realizará un análisis fecal para salir de dudas.

Normalmente el pronóstico es bueno y el veterinario tan sólo tendrá que recetar los medicamentos adecuados. Sólo en algunos casos puntuales, principalmente entre cachorros, presentará síntomas de deshidratación y entonces podría ser necesario un tratamiento de fluidos.